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octubre

 GRABADO DE GUSTAVO DORÉ  - DON QUIJOTE
Cervantes y la batalla de Lepanto - La antesala del invierno

CERVANTES Y LA BATALLA DE LEPANTO

Otoño es en la vida la antesala del invierno, del invierno definitivo y, seguramente por ello, la estación del recuerdo. Y para el doliente y enfermo Manco de Lepanto, que "en la adversidad había aprendido (finalmente) a sufrir con paciencia las mayores desgracias", el del recuerdo de sus escasos y ya tan lejanos días de gloria. De joven y después de haberse podido alistar, en Roma, en el tercio del maestre de campo don Miguel de Moncada, y concretamente en una de las compañías de dicho tercio mandada por un capitán castellano, de Guadalajara, don Diego de Urbina, pudo Cervantes vivir uno de los pocos momentos gratificantes que habría de depararle la vida. En Lepanto , el 7 de octubre del 1569, estando él aquel día aquejado de calenturas, solicitó y obtuvo, el honor de combatir junto al esquife –el lugar de mayor peligro– de "La Marquesa"; la galera en la que iba embarcada su compañía. La escuadra de la Liga cristiana batió a la turca. Dos arcabuzazos en el pecho y otro en la mano izquierda dejaron al futuro Príncipe de los Ingenios de las letras españolas herido de gravedad y con dicha mano inservible para siempre. Pero –como él mismo dejó escrito en la segunda parte del Quijote – "las heridas que el soldado muestra (...) estrellas son que guían a los demás al cielo de la honra." Pasado aquel invierno y entrada ya su nueva y postrera primavera, el Manco de Lepanto protagonizó el último y definitivo acto de su vida, y lo hizo en dos escenas. Presente aún, en una, y ausente ya, en la otra. Expiró –en la primera– el día 23 de abril del año 1616, en su casa de Madrid y en compañía de su esposa, doña Catalina de Palacios Salazar; de su hija, doña Isabel de Saavedra; de doña Constanza de Figueroa, su sobrina, y de don Francisco Martínez Marcilla, clérigo. La de su entierro –la segunda– se representó al día siguiente en el convento de las trinitarias. Entre la una y la otra, el dramaturgo Lope de Vega fue a rezar un responso ante su cadáver. Desapareció discretamente de escena, don Miguel de Cervantes Saavedra, después de haber tenido que representar él mismo, en el teatro de la vida, un papel más bien trágico, y después, también –es de suponer–, de haber podido acreditar, como lo hiciera su inmortal don Quijote, su ventura; es decir, la de "morir cuerdo y vivir loco", puesto "que a tanto extremo llegó de valiente, que se advierte que la muerte no triunfó de su vida con su muerte."



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